El contexto político impide la resignificación de la tristemente célebre comisaría, recuerdo incómodo y último gran símbolo de la represión franquista en Barcelona
CONTEXTO HISTÓRICO
Un artículo de Cèsar Lorenzo, publicado en El País, el 16 de octubre de 2021
«Dentro de un armario del despacho de Polo había porras de toda clase y escogían una diferente cada día, para la paliza de turno, particularmente a quienes no podían encontrar indicios de identificación en las responsabilidades del Partido. Los interrogatorios se hacían de madrugada, en el silencio de los pasillos y con total impunidad. Frecuentemente, los de la policía armada que nos custodiaban en los sótanos nos habían de bajar totalmente deshechos”. Es el testimonio de Sebastià Piera, superviviente de la Guerra Civil, de Hitler y de la estepa rusa, y de aquel 1947 a los interrogatorios de la Brigada Político-Social (BPS) a la Jefatura de Vía Layetana durante la caída de los ochenta. Él supo salvar la piel, pero una parálisis facial le recordaría cada día de su vida que estuvo a punto de perderla.
Es imposible saber del cierto cuantas personas pasaron por aquel trance. Sin la documentación policial, fuertemente protegida en los archivos del Ministerio del Interior o, peor todavía, convertida en cenizas durante la Transición por órdenes del entonces ministro Rodolfo Martín Villa, cualquier cuantificación no puede ir más allá de la simple conjetura. En cualquier caso, fueron miles de hombres, mayoritariamente, pero también muchas mujeres, de todo el espectro ideológico y perfil social de la oposición antifranquista. Comunistas, anarquistas, socialistas, catalanistas, estudiantes, obreros, e incluso intelectuales y profesionales liberales probaron, con más o menos rudeza, los métodos empleados por la Social. Desde los máximos líderes de las organizaciones clandestinas hasta los militantes de base, las diligencias policiales eran comunes para la mayoría. Ingresar en prisión tras el paso por la Jefatura constituía, paradojalmente, una liberación.
Diciembre de 1970, casi un cuarto de siglo más tarde y se sigue dando exactamente el mismo relato: “Encerrado en las celdas te llamaban a deshora, continuamente. No te dejaban dormir. Te amenazaban fingiendo con la pistola que te iban a disparar. Toda la barriga negra de pegarte, hecho que te producía un dolor terrible. Después, todo tipo de vejaciones, golpes de pie, la rueda, poli bueno-poli malo…”. Esta vez es Carlos Vallejo, sindicalista de CCOO, quien habla sobre su experiencia de diecisiete días en Jefatura. Lejos quedaba elasesoramiento de la Gestapo nazi en la incipiente policía secreta franquista. ambién los cursos impartidos por el FBI en Nueva York sobre técnicas de contraespionaje en los que el mismo comisario Antonio Juan Creix, triste protagonista de esa comisaría, asistió invitado por el gobierno del general Eisenhower, a finales de los años cincuenta.
Todas estas innovaciones se notaron poco, pero, en Vía Layetana. La cigonya, con las manos esposadas tras las rodillas y las piernas flexionadas; el quiòfan, con el cuerpo sobre la mesa y el tronco colgando en el aire; o la barra, de la que colgaban al detenido esposado, continuaban siendo habituales para los considerados más peligrosos. Solo los más duros y preparados resistían esas largas sesiones de tormentos medievales: no todos podían emular al político del PSUC Miguel Núñez, tal y como dijo Creix en persona al periodista comunista Manuel Vázquez Montalbán durante su detención el 1962. Por eso el mismo Núñez, desde la cárcel de Burgos, se encargó de redactar un pequeño manual (No quiero hablar. El deber de los comunistas frente a la policía y los tribunales franquistas, donde instruía a los militantes sobre como prepararse. Otras organizaciones lo adaptarían o harían sus propios.
Prohibido hablar de ello
“Hemos pasado del gobierno de Franco al gobierno de Kafka”, declaró la cineasta Pilar Miró cuando, por orden de un tribunal militar, se secuestraron todas las copias de su película El crimen de Cuenca. Era febrero de 1980 y la cinta trataba sobre unos hechos sucedidos a principios de siglo, cuando —bajo torturas de la Guardia Civil— dos hombres acabaron confesando un asesinato que no habían cometido.
La crudeza de las imágenes, en un momento en que los métodos de la Benemérita estaban en duda, despertó la ira de un estamento militar que todavía no había asumido el reciente cambio de régimen. La película no se estrenó en España hasta un año y medio después e, ironías de la vida, terminó siendo la más taquillera del año, por delante de Superman II.
Tortura había habido durante todo el siglo XX y continuaba habiendo el 1981. El febrero de ese año moria Joseba Arregi tras su paso por la Dirección General de Seguridad, en Madrid. En Vía Layetana, lashermanes Eva y Blanca Serra, entre otros militantes independentistas, denunciaron maltratos, y no serian los últimos. Estábamos en democracia, pero algunas cosas habían cambiado poco. Genuino Navales, inspector jefe de la temible Brigada Político Social, le había dejado claro, entre hostia y hostia, a Carlos Vallejo: “Yo soy un profesional, soy policía con Franco, lo seré con la democracia y seguiré siéndolo cuando manden los tuyos”.
Acertó totalmente. Aquel agente aficionado a cortar la circulación de las muñecas de los detenidos con las esposas fue nombrado en 1982 comisario general de Seguridad, siendo el encargado de coordinar la visita del Papa y el Mundial de futbol, Habría sido nombrado jefe de la Policía de Barcelona en 1979 de no haber sido por las protestas públicas de CCOO por su pasado, ante la que el gobierno no quiso generar polémica. Todo el mundo sabía qué había pasado, sin embargo, nadie, o casi nadie, quería hablar de ello. Vázquez Montalbán, de nuevo, con motivo de la muerte del más célebre de todos los torturadores, se lamentaba: “Tampoco sus víctimas hicimos nada por enfocarles con el reflector. La Reforma había absuelto a los dueños de los Creix, ¿hubiera sido justo perseguir a los criados?”.
El último baluarte
Año 2007. Tras largas y duras controversias entre el Ayuntamiento y el gobierno del PSOE, el Ministerio de Defensa cede definitivamente el Castillo de Montjuic a la ciudad. La fortaleza que había vigilado y castigado los barceloneses durante más de dos siglos volvía a la ciudadanía. A pesar de la falta de definición de sus usos y de su lejanía del centro de la ciudad, la recuperación del castillo se vivió como una gran victoria de, entre otros, el movimiento a favor de la memoria democrática, porque permitiría dignificar el patíbulo del presidente Lluís Companys. Era, a demás, el primer gran espacio simbólico de la guerra y la dictadura que podía ser reinterpretado como tal. Los otros tres (prisión Modelo, Campo de la Bota y Jefatura) presentaban situaciones muy distintas.
La Modelo estaba todavía en pleno uso (no se cerraría hasta 2017) y su reconversión en centro memorial se divisa, todavía hoy, lejana por la complejidad de las obras y el elevado presupuesto. El Camp de la Bota, escenario de más de 1700 fusilamientos entre 1939 y 1953, había cambiado tanto respecto a entonces que era irreconocible y, a demás, el Fórum de las Culturas de 2004 había acabado de pisar la poca dignidad que conservaba el lugar. La Jefatura de Vía Layetana, seguramente el espacio con más carga simbólica de los cuatro, también continuaba operativa, pero el edificio y la ubicación eran tan poco adecuadas para las necesidades de un cuerpo policial del siglo XXI que no era descabellado pensar en un cambio de usos si se conseguía una buena permuta de terrenos
La Asociación Catalana de Expresos Políticos del Franquismo, entre otras entidades memoriales, hacía años que así lo reclamaba. Diez años más tarde, gracias a un notable movimiento ciudadano y político, el cambio pareció posible cuando el grupo de ERC (Esquerra Republicana) en el Congreso presentó a la Comisión de Interior una nueva proposición de ley para reconvertir la Jefatura en un centro memorial y, contra todo pronóstico, se aprobó con los votos del PSOE y Ciudadanos. Ninguna consecuencia palpable a corto plazo pero, por lo menos, una brizna de esperanza.
Hoy, esa posibilidad queda más lejana que nunca. La reacción del Estado al proceso independentista parece haber roto los puentes de diálogo en este asunto. La Jefatura es, con la Subdelegación del Gobierno, el máximo símbolo de la soberanía estatal en el corazón de la capital catalana. ¿Qué político querría asumir las diatribas de los adversarios si se atreviese a arriar la bandera española del balcón?
Un atril “peligroso”
En el contexto político actual, cualquier crítica al siniestro pasado del edificio, cualquier propuesta de resignificación del espacio, es retorcida hasta presentarla como un ataque a las fuerzas y cuerpos de seguridad y, por consiguiente, al Estado en general. Así ocurrió cuando en marzo de 2019 el Ayuntamiento instaló un atril explicativo sobre el edificio. El ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, dirigió una carta a la alcaldesa donde la advertía que era “peligroso identificar instituciones democráticas del Estado con un régimen político del pasado”. Línea argumental que el secretario de estado de Seguridad ha enfatizado recientemente en decir que la comisaría “ha sido y es un símbolo de servicio público des del cual diversas generaciones de policías han contribuido y siguen contribuyendo a fortalecer la democracia”.
Que no hubo depuración de la policía franquista no lo manifiestan los viejos opositores que fueron apaleados, sino el mismo Rodolfo Martín Villa, ministro de Interior entre 1976 y 1979: “Yo me daba cuenta de las lógicas insuficiencias y de los lógicos fallos de la Policía y la Guardia Civil, pero el Estado los necesitaba si quería sobrevivir, y era injusto, radicalmente injusto, política y moralmente, que en un proceso político como el que nosotros conducíamos permitiera la más mínima depuración”.
¿Sin embargo, si realmente se quiere diferenciar entre ambos periodos, porque no asumir de una vez por todas este legado incómodo y permitir que el escenario de la vulneración de los derechos de tantas personas sirva a la causa de la democracia a través del recuerdo de quienes lucharon por ella?
Verdugos y resistentes
El edificio de Vía Layetana da para un triste dramatis personae entre torturados y torturadores y los que lo consintieron todo:
Busquets, Joan. Todavía un niño durante la Guerra Civil, Busquets (1928) entró en contacto con el movimiento libertario en el exilio a finales de los años cuarenta. Fue entonces cuando se integró a los grupos de maquis de la zona, con los cuales realiza diversas incursiones a Cataluña. En octubre de 1949 es detenido en Barcelona y torturado durante tres semanas antes de ingresar en prisión, donde le condenaron a la pena de muerte, conmutada por treinta años de reclusión, de los cuales acabó cumpliendo veinte en diferentes centros penitenciarios.
Cuevas, Tomasa. Militante comunista desde la adolescencia, con la deshecha republicana Cuevas (1917-2007) pagó con cinco años de prisión y destierro su actividad durante la Guerra Civil. En Barcelona, se afilió al PSUC y fue detenida de nuevo en 1945. Estuvo cuarenta días en la Jefatura, sometida a torturas atroces por parte de los policías Pedro Polo y los hermanos Creix, antes de ingresar en un estado lamentable en la prisión de Les Corts. Su vivencia, así como los numerosos testimonios de mujeres torturadas y aprisionadas que recopiló en diversas obras, demuestra que las mujeres fueron igualmente férreas resistentes y víctimas de la represión.
González, Carmen. Nacida en Barcelona el 1956 en el seno de una familia gitana, la extrema pobreza y la vida nómada marcaron sus primeros años. El 1973 la detuvieron por primera vez, acusada de ser cómplice de un atraco que había cometido su marido. Durante los siete días que estuvo incomunicada la molieron a palos. De allí pasó a la prisión de la Trinidad en aplicación de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social. Aunque la Jefatura fue el escenario por antonomasia de la represión contra la oposición política, los detenidos por delitos comunes también fueron víctimas de la brutalidad policial. Rescatar las vivencias de estas víctimas invisibilizadas es una tarea tan difícil como necesaria.
Juan Creix, hermanos. Los dos grandes mitos negros de la comisaría de Vía Layetana. Antonio Juan Creix (1914-1985) ingresó en el cuerpo antes de la guerra. El 1938 fue detenido y condenado a muerte por contraespionaje, pero se le conmutó la pena y huyó. El 1941 se integró en la Brigada Político-Social en Barcelona, donde liderará, con métodos brutales, la persecución de la oposición, particularmente comunistas, aunque se le asocian detenciones de todo tipo (caída de los ochenta, muerte de los maquis Facerías y Quico Sabater, Hechos del Palau…). El 1968 fue trasladado a Bibao para luchar contra ETA y el 1970 a Sevilla. El 1974 fue destituido en el único caso de depuración de los cuerpos policiales que se conoce. Vicente Juan trabajó codo con codo con su hermano, especializándose en los círculos catalanistas y estudiantiles. Fueron los policías más famosos y temidos de la dictadura en Barcelona.
Martín Villa, Rodolfo. Como gobernador civil de Barcelona (mayo 1974 – diciembre 1975), fue el máximo responsable del orden público en una etapa de gran conflictividad política y constantes abusos policiales. Responsabilidad que ampliaría en ser nombrado ministro de Gobernación con el primer gobierno Suárez (1976-1979). Su actuación estuvo muy lejos del carácter reformista que se le ha concedido. No solo conoció de primera mano las numerosas actuaciones turbias de los cuerpos policiales y parapoliciales, sino que no hizo nada para romper con el legado represivo de la dictadura.
Polo, Pedro. Como Eduardo Quintela, a quien estuvo unido toda su vida profesional, se formó como policía en la dictadura de Primo de Rivera. Con la República puso su experiencia represiva contra elementos libertarios bajo las órdenes de Miquel Badia (el “Capità collons”). El 1937 cruzó los Pirineos y actuó como agente doble. Desde 1939 compatibiliza su cargo de subcomisario de la BPS en Barcelona con incursiones en el otro lado de la frontera. Cuando se jubiló el 1962, le nombraron “comisario general honorario” y después jefe del Gabinete de Información del Gobierno Civil.
Quintela, Eduardo. Forjado en la represión obrera durante el pistolerismo, con la República, Quintela (1891-1968) se adaptó a los diferentes cambios de gobierno, como prueba el hecho que el 1935 fuese llamado como testigo parar testificar contra el presidente Companys. Pasó la guerra en la retaguardia franquista, donde mantuvo un contacto estrecho con agentes de la Gestapo. El marzo de 1939 vuelve a Barcelona, con el cargo de jefe de la futura Brigada Político-Social. En Vía Layetana imponía el terror contra los detenidos a base de una violencia extrema, como demuestran los numerosos detenidos “suicidados” durante sus interrogatorios o torturados hasta la extenuación.
Sense ficció- Barcelona 1962. L’ombra dels Creix- Documental de TV3 emitido el 20/10/2014
Cèsar Lorenzo es doctor en Historia por la Universidad de Barcelona y miembro del Grupo de Estudios sobre la Historia de la Prisión y las Instituciones Punitivas (GEHPIP) y del equipo de trabajo de todos sus proyectos de investigación. Su investigación se ha centrado en el sistema penitenciario en España desde mediados de los siglos XX hasta la actualidad. es autor del libro Cárceles en llamas. El movimiento de presos sociales en la Transición (Virus, 2013), así como de distintos capítulos de libros y artículos relacionados con esta temática publicados en revistas especializadas nacionales e internacionales.
Más información de interés sobre la Comisaría de Vía Layetana
Comisaría de Vía Layetana, Impunidad o Memoria.
“para que la historia no se repita, hay que recordar la impunidad, que premia al delito, estimula al delincuente. Y cuando el delincuente es el Estado, que viola, roba, tortura y mata sin rendir cuentas a nadie, se emite desde el poder una luz verde que autoriza a la sociedad entera a violar, robar, torturar y matar”. Eduardo Galeano
Si las paredes hablasen… Si escucháramos lo que los muros de la Comisaría de Vía Layetana nos pudiesen contar, tendríamos una fuerte disociación entre el relato de los hechos que allí han sucedido y lo que se nos explica de manera oficial.
El incontable número de personas, algunas conocidas, muchas anónimas, que sufrieron torturas y toda clase de maltratos en la Comisaría de Vía Layetana, quedan condenadas al olvido, a la invisibilidad, primero por la impunidad con la que el régimen amparaba su vertiente más cruel, después por la falta de reconocimiento y reparación de estos episodios por parte de las administraciones en una especie de indulto y ley de silencio, tácito, pero firme (mientras no se demuestre lo contrario).
Consideramos que la mejor manera de encarar el caso de la Comisaría de Vía Layetana era contribuyendo a la restauración de la memoria de las víctimas, dando voz a las silenciadas, exorcizando así estas prácticas y colaborando para darles un cierre. Es una herida que no podrá cicatrizar mientras no se hagan acciones y cuidados restaurativos en todos los ámbitos. Y este es un deber que tenemos como comunidad, como ciudad, como país.
En esta intervención, aprovechando el formato de díptico, hemos querido confrontar la impunidad y la memoria. Por un lado, la impunidad y su impacto sobre las víctimas directas, pero también sobre toda la sociedad. Por otro lado, la memoria, como acto de denuncia, justicia y reparación.
Los relatos de dolor y sufrimiento, pero también de lucha y resistencia ante la dictadura son muchos y diversos. Hemos escogido uno, una de las caras, uno de los muchos nombres: el de Tomasa Cuevas (aunque podría haber sido cualquier otra), para representar en un lado de la obra a todos los que sufrieron horas de horror en las dependencias de la Jefatura.
Las personas detenidas que sufrieron torturas fueron deshumanizadas por estas prácticas inadmisibles, y así hemos querido representarlo en el otro lado de la intervención mural. Consideramos que mientras no salgan a la luz las prácticas de tortura, abuso de poder y vulneración de los derechos humanos de la Comisaría de Vía Layetana, ocultadas y descafeinadas en el relato oficial, estaremos encubriéndolas y validándolas. Se nos estará negando el derecho a la verdad a toda la sociedad.
En esta lucha no hay término medio, es necesario hacer justicia a la memoria, es necesario recordar y reivindicar quiénes pusieron sus cuerpos para luchar contra el franquismo, es necesario exigir a las administraciones que se haga real y efectivo el reconocimiento, la reparación y la garantía de no repetición de la impunidad vivida en el corazón de Barcelona.