La residencia de Gràcia

Gràcia, Barcelona, 2024

Una colaboración de Josep Maria Contel

La vila de Gràcia, como segundo ensanche de la ciudad de Barcelona, fue tomando forma a partir de principios del siglo XIX. Con una calle Gran continuación del paseo de Gràcia definido y olvidándose del antiguo trazado que discurría por la riera de Sant Miquel. . Una nueva vía que se fue formando que en pocas décadas, por la urbanización de diferentes piezas de tierra de propietarios como: Rosa Galvany en 1802, Mariano Alegre en 1827, Marc Olives en 1827, Àgueda Trilla en 1830, Antoni Rabassa en 1836, así como otras intervenciones más pequeñas.

Con este nuevo ensanche, Barcelona pretendía configurar un barrio más moderno, con calles más amplias y edificios más bajos para mejorar la ventilación de las viviendas y con diferentes plazas para el disfrute de sus vecinos. Cambiar de rural a urbano ese territorio fue fácil. Poco a poco se convirtió en una tierra de oportunidades, a la que llegaban gente procedente de todo el país, que huyendo de las malas condiciones de campo probaban fortuna en Gràcia.

Un territorio preindustrial, pero que iba creciendo sin cesar. Si en 1821 en la villa vivían unas 2.608 personas, en 1850 cuando alcanzó su independencia municipal compactaba con 13.548 almas. Tras cuarenta y siete años de ayuntamiento propio, en 1897, cuando se vio obligada a la villa a regresar a Barcelona, Gràcia con sus 61.935 habitantes se había convertido en la segunda ciudad de Cataluña y novena de España en cuanto a población.

Recién llegados, gente de todo tipo que a partir de la industrialización impregnaron en el territorio un espíritu obrerista, republicano, un sentido por el que las mujeres se levantaron en 1870, durante casi una semana, contra las quintas. Cabe mencionar también el espíritu religioso que ofrecía otra gran parte de la población, con entidades, escuelas, iglesias y conventos católicos que se esparcieron por el barrio.

Entrados en el siglo XX y después sobre todo de la pérdida de la isla de Cuba, donde habían participado una gran cantidad de jóvenes de Gràcia, estalló, en 1909, otro conflicto colonial que deriva en la Semana Trágica. Una revuelta en cuanto a la villa diferente en gran parte a la vivida en el resto de la ciudad. Mientras en Barcelona sobre todo es focalizar contra la Iglesia católica, en Gràcia, a pesar de quemar algún edificio religioso, los sublevados más de inspiración republicana plantarán cara a la guardia civil y al ejército.

A pesar de todo, el punto más álgido se produjo a raíz de los hechos del 19 de julio, con el levantamiento de los militares acompañados de falangistas y derrotados por la policía, guardia civil y cientos de obreros, no impidieron el estallido de la guerra civil española.

Una guerra complicada, una guerra dentro de otra guerra, con bombardeos indiscriminados, con hambre, mucha hambre. Todo ello generando una gran incertidumbre, que el 26 de enero de 1939, mucha gente pensó que estaba superada. Lejos de esto, la mano negra de los vencedores, los fascistas, iniciaron una persecución sobre todas aquellas personas de tendencia republicana, con prisión, muerte, y generando un estado de atraso de más de veinte años. Una familia de Gràcia antes de la guerra que se dedicaba al transporte y que disponía de tres camiones, durante el conflicto perdió los vehículos, al finalizar esta pudo recuperar uno que no pudo volver a utilizarlo. Todo para continuar con el negocio tuvieron que volver a utilizar carros y caballos hasta bien entrados los años cincuenta para sobrevivir.

Finalizada la guerra desde el primer momento los franquistas incentivaron la recuperación de las fiestas populares, en el caso de Gràcia, si bien la guerra había terminado el 1 de abril, desde la falange y del ayuntamiento franquista apreciaron para que ese mismo 15 de agosto se pudiera celebrar la fiesta mayor con calles engalanadas.

Todo esto nos lleva a la sociedad graciense de las décadas de 1940 y 1950. En pocas oportunidades de ocio, las emisiones de radio y los programas dobles de los cines. Sin embargo, la sociedad civil graciense se fue resituando. Las entidades de carácter religioso con sus consiliarios al frente fueron rehaciéndose. En este sentido, y como nota de interés, fue la autorización in extremis del gobierno en el Círculo Católico para representar en 1939 “La estrella de Nazaret” en catalán.

Dentro de esta situación de control en todas las entidades de la villa se colocaron hombres afines al régimen. Unos solo quisieron ser pantalla y otros figurar. De las grandes entidades como las cooperativas de consumo como Teixidors a Man, la Lealtad o la Asociación de Gremios ubicada en La Violeta, cambiaron su manera de funcionar y otras entidades como L’Artesà de Gràcia las hicieron desaparecer.

Pero el asociacionismo popular continuó con los coros de Clavé, las calles de la fiesta mayor y las colles de Sant Medir diseminadas por el territorio y formadas inicialmente por hombres, continuaron alimentando el tejido asociativo. En cuanto a los grupos de san Medir, poco a poco fueron añadiendo mujeres entre sus socios.

Una cultura popular que fue aprovechada desde el primer momento para estar controlada en gran parte por la delegación de la falange de Gràcia, ubicada en la plaza de Lesseps y que se distinguió por ir a buscar a gente que no era afín y darle a ver aceite de ricino como castigo.

Sin embargo, mucha gente de Gràcia supo lidiar con los franquistas. En 1948 diferentes entidades de la villa organizaron la subida a pie a Montserrat del Lliri de Gràcia, en 1949 la parroquia de santa María y Jesús de Gràcia organizaba la llegada de una imagen de la Virgen de Fátima, unas celebraciones que se alargaron más de una semana. En 1950, con la excusa de celebrar el centenario de la independencia de Gràcia se creó una comisión para realizar diferentes actos muy seguidos por los vecinos de Gràcia.

Otro apartado importante dentro de esta socialización que el régimen quiso utilizar fue la procesión de Corpus que cada año salía de una parroquia diferente, Josepets, san María y santa Teresa, unas manifestaciones religiosas ya muy importantes antes de la guerra. También antes del conflicto se celebraba el día de los viejos, una celebración que tomó mucha más notoriedad y que hizo hasta entrados en los años sesenta.

Ahora bien, todo esto era de puertas fuera, pero ¿cómo se vivía de puertas dentro? Toman la fotografía del mural de la plaza del Poble Gitano, donde hay una castañera rodeada de niños, deberíamos ir a la canción de Serrat cuando en una estrofa menciona “panellets y penellons” un reflejo de una sociedad en posguerra, con mucha hambre, poco dinero con carencia de alimentos. Una vida gris, oscura a la luz de bombillas de 10 y 15 vatios para ahorrar, con cocinas económicas de carbón, alguna de gas y pocas de petróleo. Donde las mujeres lavaban la ropa en agua fría en el lavadero de casa o un lavadero público. Donde en muchas azoteas los vecinos criaban gallinas, pollos y conejos para equilibrar su dieta, y también en patios y jardines convertidos en huertos improvisados. Viviendas convertidas donde los abuelos contaban cuentos e historias a los más pequeños y donde los platos a la hora de comer se estiraban como una goma elástica. Todo ello haciendo equilibrios para no caer en el pozo de la indiferencia, si la mayor parte era gen pobre, pero con dignidad, que procuraba estrenar alguna prenda por la Palma y Navidad. Que se vestía de domingo por la Fiesta Mayor o en fechas señaladas.

Fueron años de incertidumbre de hombres que con diecisiete años habían ido a la guerra en la leva del Biberón, que habían terminado presos en batallones disciplinarios y que finalmente habían hecho tres años de servicio militar obligatorio y que con veintisiete años no tenían provendré por no ser antiguos combatientes, camisas viejas, falangistas o adictos al régimen. Y de sus familias que se convirtieron en unos supervivientes repartidos por las calles de Gràcia.

A finales de los años cincuenta, con la llegada de la televisión, la lavadora, el coche y una serie de electrodomésticos nuevos, la vida de los de Gràcia empezó a cambiar.

EL PROCESO DE TRABAJO

El proyecto de la Barcelona Desaparecida se inicia en noviembre del 2022 cuando la residencia de personas mayores contacta con el artista Roc Blackblock para proponerle que realice una intervención mural con el objetivo de mejorar y dignificar el estado muy deteriorado de la fachada,haciéndolo coincidir con la reforma que se estaba haciendo en la plaza; ya partir de ese momento se empezó a desarrollar la intervención enmarcada en el proyecto de Murs de Bitàcola.

En una primera instancia se hace una lluvia de ideas y se concreta y consensúa tanto con la residencia como con el distrito aprovechar que la intervención que se da en la plaza del pueblo gitano para llevar a cabo una intervención que haga valer tanto la actividad de la residencia y que a su vez vaya en coherencia con la comunidad gitana que da el nombre a la plaza. Durante una primera fase del proyecto se trabaja en esa dirección con la idea de trabajar con las fotografías de Jacques Leonard, fotógrafo de origen gitano. Pero finalmente, ante la imposibilidad de consensuar y encontrar una línea de trabajo compartida con la comunidad gitana, decidimos no hablar de la comunidad gitana de forma explícita y abrir el foco de la temática en el barrio de Gràcia. Por tanto, el objetivo y el planteamiento final fue trabajar con fotografías de la Barcelona que vivieron los residentes de la residencia de Gràcia. Son fotografías de Barcelona y del barrio, y en todas ellas aparecen niños, los abuelos que eran niños entre los años 40 y 60..

Tras acotar o finalizar el contenido de la obra, también se ha tenido que realizar un proceso muy largo en el ámbito técnico para encontrar la manera de llevar a cabo la intervención, dado que el hecho de que hubiera un parking bajo la plaza imposibilitaba trabajar con las grúas con las que la intervención hubiera sido viable, dado que el forjado del suelo no soportaría el peso de estas grúas. Esto ha pedido trabajar con una grúa de dimensiones menores a las preferibles, un modelo desconocido por el equipo de trabajo por ser poco habitual y con muchas particularidades. Esta casuística ha impuesto una dinámica de trabajo muy lenta para garantizar la seguridad y características de esta máquina.

Por lo que respecta a la parte estética, se ha buscado, en primer lugar, dotar a la fachada de un color general cercano al color originario de la pared para mermar el aspecto sucio del edificio. Esto ha supuesto tapar todos los grafitis que ocupaban la fachada, y que entendemos que deterioraban el edificio, especialmente por tratarse de una residencia. Si bien en este caso hemos optado por taparlos, desde Murs de Bitàcola apostamos por un modelo de ciudad que tenga espacios para realizar todo tipo de intervenciones artísticas en el espacio público. La intervención mural ha consistido en la reproducción de estas dos imágenes, haciéndolo, por tanto, con una paleta de colores que fuera armónica y coherente tanto con el tono y el color de la pared original como con la escala cromática de todo el entorno. De esta forma, se ha optado por una obra monocromática para evitar imágenes cargadas o barrocas y transmitir una imagen de limpieza pero que a la vez permitiera hacer un mural con contenido y que aportas valor significativo por su transmisión de la memoria histórica del barrio y la ciudad.

Durante los días que hemos estado realizando el proyecto, hemos podido apreciar la variedad de gente, de perfiles y usuarios que tiene la plaza y el entorno,y estamos satisfechos porque acabamos con la percepción de que la intervención ha sido bien recibida por toda la comunidad y especialmente por las abuelas y los abuelos de la residencia.

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