CONTEXTO HISTÓRICO
Una colaboración con Helena López (Projecte Veus), a partir de una entrevista a Carles Comella
El cementerio viejo de Olesa de Montserrat
El Cementerio Viejo fue construido en 1856 con una capacidad de 1.878 nichos. En el centro de este espacio hay un monolito que contiene la inscripción fundacional: «D. O. M. Et quieto defunctorum sepulcrale hoc septum erexit municipium. Anno MDCCCLVI» (El municipio erigió este recinto sepulcral dedicado a Dios y al reposo de los difuntos, en el año 1856).
El crecimiento urbanístico que se produjo a lo largo de las últimas décadas del siglo XX supuso que el cementerio, construido inicialmente en las afueras de la villa, quedara definitivamente incorporado dentro del tramado urbano. Por este motivo, y para resolver también el problema de capacidad del cementerio, debido al aumento de la población, en 1983 se construyó un nuevo cementerio, el cementerio de Can Singla, que a partir de entonces acogería los difuntos de la villa y permitiría cerrar el Cementerio Viejo. Finalmente, en 1993 el recinto del cementerio viejo fue calificado de zona verde, para ganar espacio verde dentro del casco urbano y preservar el espacio sin construir como muestra de respeto a los allí enterrados a lo largo de tantos años.
En 2022 finaliza el traslado progresivo de los restos de los difuntos del cementerio viejo al nuevo, lo que permite iniciar el proyecto del Parque de la Memoria. La obra abasta una zona verde donde se han respetado y mantenido los elementos patrimoniales de interés arquitectónico del antiguo cementerio —la portalada de estilo neoclásico y el monolito fundacional (1856), los panteones de la familia Matas y de la familia Tobella (1920), las hileras de nichos adosados al muro perimetral norte y la capilla (1886)—; elementos con valor natural —el ciprés centenario— y elementos con valor memorístico —el pavimento con simbología franquista de la capilla, el mural del artista Roc Blackblock y el panel de la Red de Espacios de Memoria Democrática de Catalunya, que relata los hechos ocurridos en este lugar—.
El Parque de la Memoria une el patrimonio, el silencio, la naturaleza, el recuerdo y la historia de Olesa de Montserrat.
La violencia de unos y otros
El cementerio viejo de Olesa recoge en su recinto, simboliza y permite explicar buena parte del dolor causado por la violencia ejercida en el transcurso de la guerra civil y la posterior represión de la dictadura franquista. Por un lado, en la capilla del cementerio viejo, está la tumba erigida para homenajear a los 37 olesanos perseguidos y asesinados durante los primeros meses de guerra. Pese a que la autoridad republicana municipal, representada por los alcaldes Fèlix Figueras y Aragay, Miquel Matas y Estebanell, Ramon Parera y Figueras y Jaume Garriga i Colom, intervino para salvar la vida de personas perseguidas, no siempre tuvo la fuerza suficiente para poder impedir que, durante el proceso revolucionario, se cometieran actos de violencia extrema y crímenes. La tumba está cubierta por un pavimento que se encuentra inventariado en la base de datos del Censo de Simbología Franquista de Cataluña elaborada por el Memorial Democrático, y es un elemento arquitectónico único en Cataluña.
Por otro lado, a pocos metros de la misma capilla del cementerio, se tiene constancia por fuentes documentales y testimonios orales de la existencia de una fosa con los restos de 5 personas asesinadas una vez fue ocupada Olesa de Montserrat por las tropas franquistas en 1939. Desgraciadamente, a pesar de los esfuerzos empleados en dos campañas arqueológicas en los años 2004 (merced al trabajo conjunto de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica de Cataluña y de la Universidad Autónoma de Barcelona) y en 2022, no se pudo localizar la fosa común con los restos de los vecinos asesinados..
Según los testimonios orales y de la investigación histórica, en la fosa del cementerio viejo de Olesa de Montserrat fue sepultado Juan Garrido Abad (CNT Olesa), uno de los acusados en el mal llamado “Juicio de las viudas” y superviviente del fusilamiento posterior en el cementerio viejo de Abrera. Malherido, logró atravesar el río y llegar a su casa de Olesa. Dos días después, alguien le delató a las autoridades locales franquistas y, tras torturarle, le condujeron al cementerio viejo de Olesa donde le volvieron a fusilar. En la fosa también fueron sepultados Enric Cortell Miñana (concejal de la CNT de Abrera), Ramon Massagué Serracantis (miembro de la CNT Abrera), Isidre Galceran Pujabet (trabajador del Círcol Federal Democrático Obrero asesinado por error porque buscaban al hostelero del Círcol del año 1936 y él lo era posteriormente) y Basilio Arroyo Embiz (trabajador ferroviario).
Estas personas son tan solo una escasa parte del conjunto de víctimas de la guerra civil y la represión franquista en Olesa de Montserrat: 153 soldados muertos en el frente de guerra y desaparecidos, 65 asesinatos entre 1939 y 1943 (2 mujeres), 260 consejos de guerra y prisión (14 mujeres) con 11 muertos en prisión, 235 encarcelados en campos de concentración o batallones disciplinarios, 31 imputados en los Tribunales de Responsabilidades políticas, 15 depuraciones de funcionarios municipales, 4 maestros expulsados de Catalunya, 445 exiliados entre los 287 exiliados permanentes (103 mujeres), 12 muertos en campos de internamiento franceses, 14 deportados a campos nazis (8 muertos) y 38 trabajadores forzados en Francia y Alemania.
La búsqueda para obtener estos datos ha sido ingente, pero esta todavía no está cerrada.
EL PROCESO DE TRABAJO
La propuesta que recibimos de realizar una intervención a lo que en aquel momento todavía era un proyecto de Parque de Memoria nos entusiasmó y emocionó desde un primer momento, pero al mismo tiempo, desde la primera visita al espacio, nos dejó claro que sería un proyecto en el que deberíamos enfrentarnos con muchos retos diferentes y difíciles. Aunque algunas de las dificultades o singularidades que planteaba esta intervención ya las habíamos experimentado antes, este caso era especial porque era una combinación de todos ellos.
Uno de los mayores retos fue, por ejemplo, la imposibilidad de trabajar con fotografías, que es nuestra dinámica de trabajo habitual. Esta obra no requería que retratáramos unos episodios y acontecimientos concretos, sino que habláramos de toda una etapa e incluso del concepto abstracto que es la memoria, y que además lo hiciéramos vinculado a un episodio tan sensible como son las muertes de la guerra civil. Otro de los retos que nos pareció especialmente fuerte era el apoyo en el que debíamos intervenir, que era muy irregular. Esto suponía un obstáculo no solo en el ámbito técnico -puesto que es más sencillo trabajar en una pared lisa que en una llena de imperfecciones- sino también en el ámbito conceptual y composicional. En este caso, la forma de los nichos de la pared implicaba ya una carga estética, simbólica, iconografía y conceptual muy fuerte y; por tanto; era también un reto que requería todo nuestro ingenio y creatividad para ver cómo hacíamos una simbiosis entre este elemento arquitectónico pero también conceptual con el resto del mural. El último gran reto, como ya hemos avanzado, era trabajar con una temática tan sensible como la muerte y, especialmente, la muerte de aquellas personas que no nos han dejado como fruto de un proceso natural de la vida, sino como víctimas de un contexto y condiciones trágicas y dolorosas como los muertos de la Guerra Civil. Entre estos muertos y muertas se cuentan tanto los muertos en la retaguardia republicana como los fusilados y ejecutados por el bando golpista y enterrados en fosas comunes.
A partir de aquí, y con estos tres ingredientes, empezamos a dar muchas vueltas a cómo encarar este proyecto, que teníamos claro que requería mucha sensibilidad y mucho tacto. Después de hablar con el Ayuntamiento, quien nos había hecho el encargo, empezamos nuestra línea de trabajo explorando los elementos que se relacionan con la muerte, la memoria y las ausencias, pero tratando de rehuir elementos con carga espiritual, religiosa o estrictamente funerarios. Fue un proceso difícil, ya que gran parte de las iconografías asociadas a la muerte tienen unas grandes connotaciones religiosas y están directamente vinculadas con el cristianismo. Por último, el hilo a partir del cual empezamos a desarrollar la obra fueron las flores, dado que es un elemento recurrente en muchas culturas relacionado con la muerte. Tampoco queríamos caer -aunque podía ser un recurso sencillo- a representar sencillamente flores de cementerio, dado que entendíamos que estábamos realizando la intervención en un parque de memoria. Para tratar la temática de fondo de la obra no quisimos pintar solo elementos florales o flores de jardinería pensadas para decorar una lápida, sino la flor como elemento de vida y recuerdo.
Esto nos conectó con la famosa frase “Quisieron enterrarnos, pero no sabían que éramos semilla” de Ernesto Cardenal y vinculada a la lucha del ejército zapatista de liberación nacional. Así, finalmente llegamos a la conclusión de que una forma interesante de trabajar la memoria era utilizar las flores en su estado natural, y representar flores ruderales -aquellas que salen en los márgenes de los caminos- para simbolizar de alguna manera todos los muertos que todavía hoy en día siguen enterrados en las cunetas de nuestro territorio en fosas comunes no localizadas. Nos pareció que esta era una forma que, sin rehuir ni, por el contrario, edulcorar el contenido, era una representación poética y que en cierto modo cogía presencia en el espacio público de una forma amable.
Nuestra primera propuesta fue llenar toda la pared con varios tipos de flores silvestres y ruderales; pero después de contrastarlo con la concejalía de memoria acabamos considerando que esta propuesta, a pesar de satisfacernos mucho en el ámbito estético, no tenía una carga de contenido que fuera evidente para los visitantes del parque de la memoria; y, por lo tanto, era necesario un vehículo que explicara el porqué de aquellas flores para que no quedaran reducidas a una imagen ornamental. Era importante para nosotros que la propia obra fuese un elemento claro, inequívoco, explicativo, pedagógico sobre el concepto de la memoria de los fallecidos de la Guerra Civil.
Por tanto, sin abandonar la idea de las plantas silvestres y ruderales, decidimos aprovechar la longitud de la pared para representar una transición: empezando por un escenario de guerra, totalmente bombardeado, en el que poco a poco empezaban a brotar flores, hasta que la segunda mitad de la pared ya se convertía en un paisaje verde y florido, en lo que de algún modo esta muerte se ha serenado por un proceso de recuperación de la memoria histórica. Cuando llevamos a cabo la intervención, pintamos, por tanto, una mitad de la pared en colores grises, blancos y negros, representando hilados, escombros, humo y destrucción.
De esta forma decidimos que sin abandonar esta idea de las plantas silvestres y ruderales, una manera interesante era dar la longitud de la pared, empezar a hacer de esa pared como un espacio transitable en el que empezando por un escenario de muerte y destrucción, de un escenario de muerte, de la guerra, con un escenario totalmente bombardeado que cogía la mitad de la pared y mientras que la otra mitad de la pared era un paisaje pierde, florecido, en lo que de alguna manera se ha asentado toda esta muerte y destrucción en un proceso de política de memoria. Cuando llevamos a cabo la intervención, lo hicimos siguiendo esta propuesta en la que la mitad de la pared era todo un escenario gris, trabajado con blancos y negros, un escenario con edificios derruidos, con alambradas y concertinas, con humaredas, con destrucción y la otra parte era toda verde, pero cuando nos encontramos con esta parte terminada creímos que era una pared muy agresiva y que, si bien no queríamos rebajar el nivel de contenidos ni edulcorar un tema que no puede ser amable de ninguno de los modos, sí podíamos reducir el espacio que ocupaba en la pared sin que se perdiera el mensaje. En un acto casi performativo del mismo mensaje del mural, fuimos tapando paulatinamente toda aquella parte que habíamos pintado de gris y de destrucción, haciendo rebrotar esta parte de guerra y muerte con flores verdes hasta que quedó reducido en la primera parte del muro, una cuarta parte del diseño inicial.
El proceso fue muy complejo en el ámbito técnico, puesto que la pared tenía muchas imperfecciones e irregularidades. Finalmente, en la obra se añadía aprovechar los nichos dobles para introducir elementos literarios en la intervención. Nuestra primera propuesta fue escribir versos y citas que hicieran alusión a la memoria, al recuerdo, a la guerra, a la muerte… Finalmente, fue la concejalía quien lideró la elección de los contenidos a incluir y a pesar de ser un proceso no exento de discusiones y debates sobre los diversos enfoques, como en Murs de Bitàcola nuestro papel ha sido finalmente ponerlo en manos del Ayuntamiento que es quien nos ha hecho el encargo. Ha sido un proyecto cargado de intensidad conceptual e ideológica, y un gran reto para nosotros, que hemos tratado de encarar de la mejor forma.